Al regresar de una
mediana estancia en la capital federal volvemos a la cotidianidad
del trópico. Y nos encontramos con el mismo frenesí de
eventos novelísticos que abarrotan diariamente a nuestra
silente población Y digo silente no en el hecho de su calmada personalidad,
sino el de su tranquila aceptación y costumbrismo en los eventos
concurrente.
Hoy, mientras
esperaba junto a mi esposa y madre de mi hija a eso de las once de la noche que
el ginecólogo obstetra atendiera a la docena de embarazadas
que habían citado desde la una de la tarde, miraba en
la televisión mi primer segmento de titulares noticioso desde mi
regreso a la isla, al mismo momento que aparecía la música del
segmento, simultáneamente los cuerpos de espalda viraban hacia al
televisor y a la misma vez todos los presentes,
literal, subían sus ojos al televisor donde aparecía Jorge
Rivera Nieves reportando la muerte de una niño de seis meses que fue puesto por
su padrastro en un congelador y la de un niño asesinado por un grupo
de mozalbetes que buscaban a un tío suyo.
Ante este ligero
minuto, me quedaba en asombro, brotaba el coraje pálido de mi rostro
quieto ante tan funesto titular. Pero después me miraba hacia
adentro, y me preguntaba, que ha cambiado? Nada. Y volvía a sentir la impotencia
de cambiar las cosas. Entre la insulina de morbo y la Miss Universe que
monopolizan la idea de la "belleza universal", la gente solo
reacciona con acostumbrada indiferencia, sin discusión alguna del
tema, y van de vuelta a sus manos o celulares. Este momento me dio entender que
en Puerto Rico andamos sedados, que no despertamos y que somos una trulla
de cómplices de la tragedia psicosocial que el pueblo arrastra. No es
de extrañarse que se añada Papo Christian a la ecuación , si es de los pocos
que tiene los pies bien puesto en este país para salir con los pantalones bien
puesto y rasparles las verdades a la
gente, si la estructura, el sistema es incapaz de mover este pueblo de las
riendas del miedo. Y aquí mis amigos, la policía, ni el gobierno, ni políticos son
los culpables, aquí la culpa es huérfana, pero no por esto no somos
responsables. Si algún culpable es esa
indolora e insensible enajenación de buscar la raíz de las cosas y de
preguntarnos aquellos que podemos que estamos haciendo y que dejamos de hacer.
Mientras me leo lo
que escribió Pedreira en 1934, que es como repetir la comida,
el único estimulo que se siente al ver este tipo de cosa es el
del vomito. Solo le doy gracias a Dios que hay alguien a mi lado que me recordó
que hay mucho que hacer.
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